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Los cuidados paliativos se cruzaron en la vida de Matías Najún, jefe de Cuidados Paliativos del Hospital Austral de Buenos Aires, durante su tercer año como residente de Medicina de Familia. Supo entonces cuál sería su camino y dio el “salto” sin dudarlo. Desde su firme compromiso con los más vulnerables, impulsó un proyecto que se ha convertido en todo un referente mundial de cuidados y acompañamiento desde la comunidad: el Hospice Buen Samaritano, que pronto cumplirá diez años.
Por lo general, la Medicina se asocia al deseo de curar… ¿Cómo llega un médico a dedicarse a algo tan aparentemente poco motivador como atender el final de la vida, cuando la curación no es posible?
Detrás de cualquier profesión hay una vocación, que en mi caso es ayudar. En salud, seguramente ayudar va vinculado a cuidar. Durante mucho tiempo, me había dedicado a tareas solidarias, a estar con los que menos tienen, y en ese camino vas uniendo el deseo de ayudar, de servir y de cuidar. Y cuando la vocación y la profesión se unen, la vida se hace misión. Eso pasó conmigo: el deseo de cuidar se encontró, casi como una amalgama, con los cuidados paliativos, ese lugar donde está el vulnerable, el que sufre, el que necesita ayuda y una respuesta competente, y ahí mi vida se puso nítida a través de los cuidados paliativos.
En su caso, su percepción de la Medicina es distinta desde el inicio, ya que parte del “yo cuido”, no del “yo curo”…
Es cierto, pero es que en un momento dado hay que dar un salto cualitativo y comprender cuán importante es acompañar y cuidar, que lo es tanto como curar. Es un salto mental, casi físico, que el médico tiene que dar… Yo lo di en un momento y me fui al otro extremo, porque de repente comprendes la importancia de cuidar y acompañar y, a medida que te vas metiendo, vas queriendo más y comprendiendo cuán eficiente es y cuánta gente lo necesita.
Su compromiso con los cuidados paliativos avanza un paso más, y decide poner en marcha un proyecto, que acaba por convertirse en un referente, el Hospice Buen Samaritano…
En diciembre cumplimos diez años de un camino increíble, de un sueño que se cumple a propósito de eso, de cuidar; en este caso, a los que menos tienen. He combinado el trabajo en un hospital universitario privado de excelencia, como es el Hospital Austral, con el mundo social, con el mundo público. La verdad es que en los hospitales de Argentina se realiza un trabajo heroico, de trincheras, pero hay mucha necesidad, y lo que propusimos es salir al encuentro de tanta gente sufriente. El hospice es una comunidad que cuida, es proponerle a la comunidad que se haga cargo de sus vecinos, de su gente. En definitiva, es un lugar donde se brindan excelentes cuidados paliativos con un perfil particular que aportan los voluntarios en un clima de hogar y desde la gratuidad. Es un verdadero lujo.
Está convencido de que va a ser “el poder de la sociedad” el que, desde abajo, favorezca un desarrollo pleno de los cuidados paliativos. ¿Es optimista en este sentido?
Totalmente, porque se trata de un derecho, y cuando la gente se entera de aquello que tiene lo empieza a exigir; levantan la voz, con cuidado, con respeto, exigiendo lo lógico… Y son escuchados. Me parece que eso va a ocurrir. Yo lo veo en las comunidades donde trabajamos, donde el hospice ha hecho pie como una respuesta paliativa, pero comunitaria. Las autoridades sanitarias de los municipios en los que trabajamos empezaron a respondernos, a ayudarnos…
¿Cómo es posible mantener el optimismo cuando el contacto con el final de la vida se vuelve tan cotidiano?
Primero, teniendo claro quién soy y viviendo mi vida: soy padre de cinco hijos, estoy cercano a ellos, hago deporte… Sin perder quién eres, cuando uno acompaña y la gente agradece y se marcha bien, cada noche te vas a dormir con la sensación de misión cumplida. En medio del sufrimiento, en medio del desgaste, sabes que ayudaste, y esa sensación de misión cumplida te renueva para el día siguiente. Hay que cuidarse, trabajar en equipo, estar atento, ver si en algún momento debes frenar un poco… Con cuidarte de esa manera y disfrutar de esa permanente sensación de misión cumplida uno se sostiene y va a por más.
Afirma que los paliativistas deben “darse completos”, no solo como profesionales que se parapetan tras una bata…
Claro, es lo que yo llamo “el capital humano”. Las personas necesitan personas. Obviamente, necesitan médicos entrenados y competentes que trabajen en equipos, pero antes que un encuentro médico-paciente necesitan que ese momento sea un encuentro entre dos personas. Detrás de lindas charlas, de compartir historias, de contarme quién es, a qué se dedica… existe un poder intangible que hace que la persona agradezca, confíe, se prepare y acepte lo que viene. A veces tengo que sacarme un poco la bata y el estetoscopio y llegar como soy, llegar quien soy, entero, con mi historia… Hay que tener un poco de tiempo, pero, sobre todo, hay que disponerse para ello, porque ese encuentro es insustituible y mucho más terapéutico que cuando llegas solamente como médico. El otro te necesita entero.
Ha asegurado también que en las pequeñas cosas, “que no son tan pequeñas, se juega el final de la vida”…
Claro, a veces contrasto el poder de las pequeñas cosas con la “omnipotencia paliativa”, porque a veces actúas muy técnico, muy médico, cuando el final de la vida se juega en la humanidad. Parte de la humanidad es proporcionar buena Medicina, pero cuando el paciente acepta lo que está pasando y se prepara para irse, necesita escuchar esas canciones que lo llevan a su infancia, disfrutar del abrazo de sus nietos o el dibujo que le hicieron, mandarles el chocolate que el abuelo siempre les mandó… En esas pequeñas cosas siguen viviendo, son ellos mismos y se reconocen, aunque estén flaquitos y ya no sean como antes o estén sin pelo; se reconocen y viven hasta el final. Eso lo facilitamos nosotros, aliviando el dolor, la disnea, ayudándoles a que descansen, a que recuperen un poco el apetito, trabajando en equipo, escuchándoles, dándoles seguridad, quitándoles el miedo… Y una vez que los cuidados paliativos consiguen todo eso, aparecen las pequeñas cosas, que son las flores, las perlas en el camino que les preparan para irse en paz.
Después de tantos años dedicado a los cuidados paliativos, ¿qué le sigue suponiendo una gran satisfacción?
Disfrutar de ese encuentro, cuando compartes la historia, disfrutas y eres tú mismo… Es algo muy lindo. Hablar de la vida… ¿cómo decirlo?… de sano a sano. Es como encontrarse con un amigo y ponerse a charlar… Te vas contento. También me produce mucha satisfacción haber contagiado de estos valores –el servicio, la entrega, el cuidado, la ayuda…– a los que están a mi alrededor, empezando por mis hijos, y después, a una sociedad globalizada que se olvida del otro, que está indiferente, que no frena… Haber hablado hoy de estas cosas me da satisfacción, porque me parece que es algo que necesitamos todos: frenar, encontrarnos… Nos olvidamos de que por ahí pasa la vida.
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