Ser gestor de casos no es una tarea fácil. Mi primer caso complejo de ELA fue Salva. Sin conocer apenas la enfermedad, mi novata experiencia me hacía sentir inseguridad; un terreno nuevo por explorar con mucho que aprender y ganas de paliar.

Sentados enfrente, me mirabas con incertidumbre pensando, seguramente, “otro más que no me va a salvar la vida y no me entiende”. Aún podías coger la cuchara y mover el café, ahogando la frustración de sentirte marcado por una lotería injusta, pues solo tú sabías cómo se vivía cada día.

En cada visita intentaba ayudar a gestionar tus necesidades, fortaleciendo tus emociones y las de tu familia, creando espacios donde poco a poco fuera ganándome el afecto para ser un pequeño pilar y soporte en tu vida. Pudimos reírnos, filosofar, respetar los silencios, incluso saber cuál era la mejor vena para una de las muchas analíticas que vendrían.

Yo no tenía la varita mágica ni un milagro, el final de vida acechaba, pero pude cogerte de la mano y acompañarte a afrontar este duro camino hacia la resignación de esperar, ver y sentir cómo una vida de sueños se transforma, cómo una luz brillante se atenúa y cómo la vida tiene diferentes finales.

Las lágrimas del último día me siguen estremeciendo, salí por la puerta de tu casa y pensé que esto me marcaría de por vida.

Querido Salva, cuando creo que mi vida no tiene sentido, cuando una pandemia me ha hecho no creer en mi profesión, cuando mi sabotaje me ahoga y me incapacita, aún aprendo de ti.

Fuiste y siempre serás un ejemplo a seguir. Recordar tu fortaleza y el vínculo que creamos hace que siga hoy donde estoy ahora. Recordando lo bonito y lo esencial de la enfermería: nuestros pacientes.

Relato ganador del I Concurso de Relatos Cortos AECPAL,
IX Jornadas Nacionales de Enfermería en Cuidados Paliativos
(Santander, 20 y 21 de abril de 2023)