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Trabajo en una residencia de personas mayores, en uno de esos lugares que han sido foco de atención en toda esta situación de pandemia por coronavirus. Las noticias en los medios de comunicación han ofrecido una imagen de ellas muy negativa, solo se daban las cifras de fallecimientos y ponían en cuestión la cualificación de sus profesionales: “En los hospitales morían por coronavirus; en las residencias, por falta de atención”.
Por otra parte, los protocolos de actuación, atendiendo a la situación de emergencia sanitaria, no han tenido en cuenta la diversidad de las personas, y se han centrado en la vida biológica, más que en la biográfica, lo que ha provocado, entre otras cosas, que el final de muchas personas mayores haya sido en soledad, a pesar del esfuerzo de los y las profesionales por “estar”.
Pero en las residencias trabajamos por la dignidad de las personas, humanizando los cuidados que prestamos. Un ejemplo de ello es la historia de Jesús.
Jesús falleció con 92 años. Presentaba, además de otras enfermedades crónicas, una demencia de varios años de evolución, lo que hacía que necesitara cuidados más profesionalizados y de mayor intensidad. Por este motivo, los últimos años de su vida los vivió en la residencia.
Jesús era un hombre trabajador, muy meticuloso, amante del orden y de su familia y un gran lector. No le gustaba ver la televisión ni estar con mucha gente, prefería pasear y charlar con sus hijas, a las que adoraba. Tenía tres, que iban a visitarle diariamente.
A comienzos de año, Jesús empezó a encontrase más decaído y no tenía ganas de comer. A finales de marzo, en plena crisis sanitaria, su situación fue empeorando y, aunque él mantenía esa tranquilidad que le caracterizaba y no mostraba signos de disconfort, era evidente que se iba apagando poquito a poco.
Al inicio de la pandemia, el protocolo para el proceso de final de vida impedía que la persona mayor pudiera estar acompañada y despedirse de sus familiares y/o allegados, lo que tenía efecto sobre el duelo de éstos y sobre la propia persona mayor. Posteriormente, se daba la posibilidad a dos familiares directos –a ser posible, los mismos– de poder acompañar a la persona mayor hasta el fallecimiento.
En el caso de Jesús, eran tres hijas. ¿Esto significaba que alguna de las tres no podría despedirse? Jesús no falleció a consecuencia de la COVID-19, pero aunque así hubiera sido, consideramos que, proporcionándoles el equipo de protección necesario (tal y como hacíamos los profesionales que le atendíamos), podrían despedirse de él y, si lo deseaban, acompañarle hasta el final. Inicialmente, las tres hermanas estuvieron juntas con Jesús, pero viendo que este proceso podía alargarse días, y ante el temor de que su padre pudiera morir solo, algo que les agobiaba mucho, decidieron turnarse y quedarse una con él hasta el final.
Además de información, apoyo y acompañamiento, le proporcionamos todo lo necesario para que pudiera estar cómoda: un sillón relax para que descansara por la noche, desayuno, comida, cena y lo que necesitase. Su marido le traía ropa de cambio, que dejaba en recepción y nosotros/as recogíamos, para que ella pudiera ducharse. Lo hacía en el baño de la habitación, mientras los profesionales le hacían la higiene a su padre. De esta forma, Jesús no se quedaba solo y ella estaba más tranquila.
Por otra parte, en la residencia seguíamos realizando sesiones de musicoterapia a través de una pantalla –ya que la situación no permitía hacerlas de forma presencial– con cada una de las personas residentes, también con las que se encuentran en el proceso de final de vida. Comentamos con la musicoterapeuta la situación de Jesús y, como ella conocía su biografía y su historia sonora, realizó una sesión de despedida en presencia de la hija. Jesús falleció a la media hora, daba la sensación de que se le había permitido irse.
A pesar del dolor por la pérdida, las tres hijas se mostraron serenas y agradecidas porque pudieron estar con él hasta el último momento y acompañarle, tal y como deseaban. Esto también fue muy gratificante para todo el equipo.
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